Semillas mundialistas

Las victorias y las derrotas en los campeonatos del mundo refuerzan los procesos de identificación colectiva de las diferentes naciones.

Confieso que, de cara a algunos compatriotas, he cometido alta traición tras la eliminación de España. Me he alegrado mucho por Marruecos. No es que no me doliera la eliminación de la selección española, pero una vez hecha la digestión, reconozco que he sentido alegría viendo las celebraciones de la afición marroquí. 

Como ocurre con la Lotería de Navidad, me gusta pensar que el premio de la alegría del fútbol se reparte entre los diferentes territorios del planeta. El prestigio de la propia competición, que perdura en el tiempo y da continuidad a su leyenda a lo largo de las generaciones, es compartido por gran parte de la sociedad mundial, y hace que las emociones que se generan en estos momentos, tanto en la victoria como en la derrota, permanezcan en el recuerdo colectivo. ¿Qué hacías el día que tu equipo nacional ganó en aquella histórica tanda de penaltis? Esta semana he escuchado a mucha gente que, intentando aclarar que el fútbol no les afecta, terminan confesando que se han sentido muy frustrados con la eliminación. Si te sientes parte de una comunidad futbolística, es muy difícil no contaminarse de las alegrías y tristezas de los tuyos. 

«¿Qué otro hecho social debería ocurrir para que la población marroquí de todo el mundo saliera a la calle a celebrar con orgullo su ‘marroquinidad’?» 

Estos momentos son inolvidables y refuerzan la mayor propiedad de este fenómeno social: su fuerte sentido de identificación colectiva. A menudo, este sentido de pertenencia se canaliza a través del fútbol. ¿Qué otro hecho social debería ocurrir para que la población marroquí de todo el mundo saliera a la calle a celebrar con orgullo su «marroquinidad»? Del mismo modo que el pueblo senegalés celebró en febrero de 2022 la Copa de África en territorios de los cinco continentes, el Mundial de Catar nos regala una celebración de la identidad marroquí en todo el planeta. 

Aunque se produzca en el plano de lo lúdico, estas manifestaciones espontáneas también generan, a mi modo de ver, cierta inclusión. El fútbol hace posible que aquellas personas que no se sienten partícipes de otras exitosas comunidades futbolísticas, como selecciones o clubes que suelen competir en la élite, saboreen las mieles de la victoria. Sentirse parte de un colectivo ganador aumenta la autoestima de las personas a pesar de que, como hemos dicho, esto ocurra en el ámbito del ocio.

También creo que estas celebraciones benefician al propio fenómeno del fútbol, del cual se lucran las élites que en ocasiones lo intentan manipular. A mayor número de personas entregadas al fenómeno, más reclamo y expectación en torno a futuros eventos internacionales. Por ese motivo no entiendo los movimientos de algunos representantes en favorecer que siempre ganen los mismos clubes, como ocurre con el proyecto de la Superliga Europea. 

«La euforia y el dolor que el torneo reparte en millones de sistemas límbicos son pequeñas semillas que, con el paso de los años , acrecienta el consensuado prestigio que los individuos damos al campeonato del mundo.»

Está claro que los mundiales transcienden a lo puramente deportivo o futbolístico. Es la fiesta de las identidades nacionales y regiones del mundo. Incluso muchas personas que no participan del fútbol en su día a día, se suman (o al menos se ven condicionadas) por la atmósfera de pertenencia nacional que se palpa durante la celebración del campeonato. La euforia y el dolor que el torneo reparte en millones de sistemas límbicos son pequeñas semillas que, con el paso de los años, acrecienta el consensuado prestigio que los individuos otorgamos al campeonato del mundo. 

¿Y a ti? ¿Te alegran las victorias de otros equipos que no suelen ganar?

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